EL SEÑOR DE LOZANILLOS

Ideas, testimonio, humor y reflexiones para que las piedras del camino sean escalones y no obstáculos.
Para PASARLO BIEN HACIENDO EL BIEN

viernes, 3 de diciembre de 2010

700 gramos y un día

VIP's de la calle Orense. Madrid. Año 2005 (aprox.)

Hemos quedado con Fer y María, un par de tortolitos que acaban de empezar a salir. Ella vive en Santander. Él, en Burgos. Se han conocido... ¡por Internet! lo cual, a priori, nos hace prejuzgar que esa relación cibernética no puede tener demasiado futuro. Menos mal que no nos dedicamos al negocio de Rapel, que si no...

Su noviazgo, breve, intenso y auténtico, se consolidó y se casaron. Y tuvieron un hijo. Y después, una hija.  Jóvenes, sobradamente preparados, guapos, listos, felizmente casados, con dos retoños preciosos; envidia de muchos y ejemplo para todos.

Y llega un tercer embarazo.

María y Fer son un matrimonio auténtico. De los que viven la vida poniendo el corazón en todo lo que hacen. De los que ríen, gritan y lloran contigo y por ti. De carne y hueso. Y si les pinchas, les duele.

Mayo de 2010. Nace Jesús, su tercer hijo, prematuro; muy prematuro. La esperanza es grande, la oración de gente cercana, abundante; la angustia de unos padres que ven la vida de su hijo pendiente de un hilo, indescriptible. El dolor es un misterio. Y más por algo así.

Deciden entonces compartir su vivencia, desde el fondo del corazón, con familiares, amigos, con las personas que les quieren y con quienes rezan por ellos y por el pequeño Jesús. Y lo hacen a través de un Blog: "700 gramos y un día", en el que cuentan el día a día de su breve paso por este mundo. Es de las cosas que más me ha tocado el corazón a lo largo de mi vida. Nunca se lo agradeceré bastante.

Hoy te invito a que visites y leas su blog. Si puedes, desde el primer post; no te llevará demasiado tiempo, y te garantizo que vale la pena.

Y te pido una oración. Al menos un Ave María. Ya verás porqué.

Gracias, Fer y María, por enseñarme a ser padre.

lunes, 29 de noviembre de 2010

EL MAYOR LEGADO DE JUAN PABLO II

A medida que pasa el tiempo y echo la vista atrás, me voy dando cuenta de la magnitud, la grandeza, de ese hombre bueno, artista, poeta, sabio y santo, que fue Karol Wojtyla.

Todos recordamos a Juan Pablo II por muchas cosas: su alegría, su estilo fresco y directo, su valor y decisión, sus viajes, sus bromas, su sonrisa, su risa; ¡cómo no!, sus frases lapidarias que han quedado grabadas a fuego en la vida de tantos... ¿quién no le pone cara diciéndonos aquello de "...no tengáis miedo... abrid las puertas a Cristo... nunca se puede legitimar la muerte de un inocente..." o aquello de "...estos españoles, ¡siempre de tan buen humor!..."

Su intervención en la historia más reciente la ligamos con la caída del muro de Berlín, el fin del comunismo, sus visitas incansables a tantas naciones, incluidas aquellas que a priori no querían saber nada de él...

Y cómo no, recordamos con angustia aquel 13 de mayo de 1981, día de la Virgen de Fátima, en el que le  tirotearon, y cuentan que su Madre del Cielo desvió una de las balas, esa que estaba destinada a romper su inmenso corazón. Y de esa fecha, nos quedamos con aquel duro acontecimiento. 

Sin embargo, ese mismo día sucedió otra cosa: Juan Pablo II fundaba, junto al Pontificio Consejo para la Familia, el Pontificio Instituto para los estudios sobre matrimonio y familia que lleva su nombre. Las palabras que tenía pensado pronunciar en aquella audiencia revelan con claridad su personalísima intención originaria: “He decidido fundar en la Pontificia Universidad Lateranense, que es la Universidad de la diócesis del Papa, un Instituto internacional de Estudios sobre matrimonio y familia que comenzará su actividad académica en el próximo octubre. Dicho Instituto se propone presentar a toda la Iglesia la aportación de la reflexión teológica y pastoral sin la que la misión evangelizadora de la Iglesia se vería privada de una ayuda esencial. Será un lugar donde la verdad sobre el matrimonio y la familia se estudien a fondo a la luz de la fe y con la contribución también de las distintas ciencias humanas”. En estas palabras se percibe cómo el Instituto nace de un carisma personal y una intuición original del mismo Pontífice. El objeto de la iniciativa no es crear un instituto más entre los muchos ya existentes sobre matrimonio y familia, sino instituir un espacio privilegiado para profundizar en el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia.
El 19 de diciembre de 1981, con ocasión del primer encuentro con los profesores y estudiantes del Instituto recién nacido, el Papa explicitaba la intención y el objetivo que pretendía con su creación, en los siguientes términos: “He querido yo mismo este Instituto, atribuyéndoos una particular importancia para toda la Iglesia. En efecto, él está llamado a ser un centro superior de estudios y de investigación al servicio de todas las comunidades cristianas, con una finalidad precisa: profundizar cada vez más en el conocimiento de la verdad del matrimonio y de la familia a la luz conjunta de la fe y de la recta razón. Esta verdad debe ser objeto de toda vuestra investigación científica, profundamente conocedores de que sólo la fidelidad a ella salva completamente la dignidad del matrimonio y de la familia”.
En este discurso, se pone singularmente de manifiesto la importancia de colocar a la base de la reflexión del Instituto una sólida y adecuada antropología, que comprenda la completa verdad sobre la persona humana. 
Conviene caer en la cuenta del contexto histórico en el que se enmarcan estas palabras. En efecto, apenas un mes antes, el 22 de noviembre de aquel mismo año, el Papa había publicado la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, fruto de los trabajos del Sínodo de los Obispos celebrado en Roma del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980. El relator del sínodo fue el Cardenal J. Ratzinger, que valoró del siguiente modo la publicación de la exhortación: “El texto es un estímulo para los cristianos y al mismo tiempo una gran tarea”.
Es bien conocido que, como preparación a este sínodo, Juan Pablo II había comenzado a pronunciar una serie de catequesis que se extendieron desde el 5 de septiembre de 1979 hasta el 28 de noviembre de 1984, durante las audiencias de los miércoles, con dos únicas interrupciones debidas al atentado de 1981 y al año de la redención de 1983. Un total de 134 catequesis, distribuidas en seis ciclos. Con ellas, el Papa deseaba “acompañar desde lejos” los trabajos preparativos del Sínodo sobre los Deberes de la familia cristiana (De muneribus familiae christianae). Es significativo cómo con estas catequesis, Juan Pablo II no quiso abordar directamente el tema del Sínodo sino que concentró su atención en las profundas raíces de las que brota la propuesta sinodal. Esta intención del Pontífice de ir a la raíz para desde ella iluminar la cuestión del matrimonio y la familia se debe a varios motivos: su pasión por el Evangelio del matrimonio y la familia, su compasión por la situación actual de la familia y la ayuda pastoral que la Iglesia le debe dar. Ya en el discurso a las familias, con motivo de la celebración del Sínodo, mostró claramente la necesidad de volver a dar la confianza a las familias. Estas catequesis son para el Instituto como el documento fundante e inspirador, y constituyen una auténtica novedad metodológica y teológica, aún en buena parte por conocer, asimilar y difundir.
La inspiración del Instituto nace, pues, unida a la vocación y carisma personal de Karol Wojtyla. Ya como joven sacerdote, Karol sintió una llamada interior a dedicarse a preparar a los jóvenes para el matrimonio, a mostrarles la belleza del amor humano: “hay que enseñarles el amor (...) pues si se ama el amor humano, nace también la necesidad de dedicar todas las fuerzas a la búsqueda de un «amor hermoso»”. La experiencia de K. Wojtyla con estos jóvenes que él denominaba “su pequeña familia” (rodzinka), que posteriormente dio lugar a un entorno (Srodowisko) más numeroso, muchos de ellos casados entre sí, a los que prestaba una atención pastoral extraordinaria, es como el sustrato sobre el que irá creciendo su interés por el matrimonio y la familia. Es en esta experiencia personal donde se le muestra a Karol cómo todo hombre se revela en su unicidad e irrepetibilidad en la familia, cuyo fundamento es el matrimonio.
La intuición de Juan Pablo II al fundar el Instituto que lleva su nombre tiene su origen, por tanto, en su propia experiencia sacerdotal que sabe conjugar la reflexión teológica, filosófica y científica con una constante atención pastoral al matrimonio y la familia. 
Lola y yo nos hemos podido apuntar ¡por fin! este curso en el máster en ciencias del matrimonio y la familia. Además de lo divertido de "volver a la universidad", ir juntos, tomar apuntes, tomar café, compartir con varios matrimonios amigos... confieso que los dos estamos disfrutando como enanos, ya que cada hora de clase nos ayuda, y mucho, a entender un poco más al hombre, a nosotros mismos, a ser persona; a enriquecer nuestro matrimonio y a consolidarlo para que, juntos, podamos llegar a ser faro de luz que ilumine el camino de muchos, al igual que han hecho previamente con nosotros.
Sin duda, de las mejores cosas que nos han ocurrido últimamente: ALTAMENTE RECOMENDABLE.
Estoy seguro de que, desde el Cielo, nos observas y disfrutas viendo cómo, poco a poco, en silencio, muchos matrimonios vamos bebiendo de la fuente de sabiduría y entendimiento que nos dejaste como herencia para comprender el Plan de Dios para el hombre a través del matrimonio.
¡GRACIAS, KAROL!