EL SEÑOR DE LOZANILLOS

Ideas, testimonio, humor y reflexiones para que las piedras del camino sean escalones y no obstáculos.
Para PASARLO BIEN HACIENDO EL BIEN

jueves, 2 de septiembre de 2010

Bailar, bailar, bailar...


Monseñor José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián, es una de esas personas que a priori despiertan admiración; pero que una vez que le conoces un poco, bien sea personalmente, bien en una conferencia o a través de las ondas, comprendes enseguida que es un auténtico INSTRUMENTO de Dios para llegar a muchos.

Cada mañana, de ocho a nueve, escucho su programa en Radio María: "El Catecismo de la Iglesia Católica". ¡Una pasada! A mí me sirve para rezar a la vez que recibo una buenísima formación; por eso se lo recomiendo a todos. Mientras desayuno, mientras me ducho, me convierto en una esponja humana para que sus palabras, inspiradas por el Espíritu Santo, toquen mi corazón allí donde lo necesita. ¡Y vaya si lo hace! Cuando menos me imagino, de la forma más inesperada, ¡toma! mensaje directo para mí.

Lo de esta mañana ha sido... en fin, una más. De repente, el bueno de Monseñor va y suelta: "...la vida del cristiano debe ser como el baile. ¿Cuándo bailas mejor? Cuando estás solo y piensas que nadie te está viendo, ¿verdad? Pues los profesores de baile te dicen que bailes siempre así: como si nadie te estuviera viendo..." Confieso que en ese momento mi traicionera imaginación me hizo visualizar al obispo bailando. Y siguió: "... pues tu vida cristiana, ha de ser así: como sí SÓLO DIOS TE ESTUVIERA MIRANDO..."

Glup, una vez más me dieron en la línea de flotación, ya que lo del baile es una de mis pasiones, sobre todo si es un buen merengue. Lo primero que me vino a la mente fue un día cualquiera de trabajo, de esos en que como sólo en un bar o en el Burger, y al empezar, no puedo evitar mirar de reojo a mi alrededor a ver quién hay y quién me ve hacer la señal de la Cruz al bendecir la mesa; unos días, porque me da "cosa". Otros, porque quiero que me vean. Tristemente, la mayoría de las veces, en quien menos pienso es en el propio Dios.

¡Qué poca cosa soy, Dios mío!

Menos mal que Tú me recuerdas cada día que a pesar de mi flaqueza (espiritual, que no corporal...), mis pecados y mi torpeza, soy TU HIJO y me amas con locura, haga lo que haga.

Menos mal que tu Madre, mi Madre, se empeña en enseñarme a bailar cada día, a pesar de que sea yo quien pretenda marcar el paso.